miércoles, 15 de diciembre de 2010

..:: El veinte y el siete a las dos con siete ::..

Desde el primer día desviaba la mirada para buscarte, primero curiosidad, entre el sonido de tus zapatos de un lado a otro y mi imaginación, hasta que simplemente no dejaba de aguardar a que franquearas  el camino junto a mí.

No había saludos, no había charlas. Así pasaron los días entre mi timidez y el contraste del tiempo. Después, un día sin saber cómo, compartíamos las mismas noches aunque fuera por un instante, un saludo fugaz que al mismo tiempo era despedida.

Más días pasaron; entonces mi sueño era tu vigilia. Hasta que un día nos sentamos a conversar. Me gustó tanto que quise repetirlo una y otra vez, sin embargo, una permuta nos dejó al revés. Conmigo esperando a que tus ojos se abrieran, mientras yo velaba tus sueños desde mi lugar.

Es interesante, algunos lo llamarían egoísmo pero yo te quería más tiempo y sólo para mí. Le debo tanto a un vaso de poliestireno expandido, al agua y al azúcar; pero más le debo a tu consentimiento para cada conferencia nocturna.

Uno a uno llegaron los síntomas, indicios que se tornan evidencias. La mente comienza a desdeñar lo que es ajeno a ti, y uno simplemente piensa en cómo se verá el color de cada estación contigo.
Fue cuando me cayó el veinte -y el siete- a las dos con siete. Ese día me volví partidario de la pertenencia mutua y renovado creyente de viejas causas olvidadas. Entre suspiros que no acaban y sonrisas incontenibles día y noche.

Así fue más o menos la historia de cómo me enamoré de vos. He dicho más o menos porque mucho me ha faltado por escribir, pero el punto subyacente es un hecho ¡Me enamoré de vos!