jueves, 30 de octubre de 2008

Papeleo eres…


¿En qué se convierte el hombre al morir?

Hasta donde yo sé, en un acta; se convierte en un mero certificado. Quizá con algo de suerte se convierta en un recuerdo impreso sobre las páginas de un libro, o en detrimento, se vuelva la pedestre broma que busca vender periódicos un martes cualquiera.

El papel no sólo nos acompaña en la muerte, también es aquello que nos certifica y nos legaliza en el nacimiento. Somos un estado de papeles con membrete, en el que cada uno representa un ciudadano distinto.

Poco después se nos inscribe en algún sitio junto con el papel, ya sea para recibir una educación o buscar un empleo. Papel por papel; estudiamos para obtener uno, los llevamos de un lugar a otro, hacemos uno para obtener empleo y finalmente trabajamos para recibirlo.

Es curioso, millones de papeles con una cruz deciden nuestro destino cada seis años, otros tantos nos dicen cómo recuperar la salud. Papel genera papel; un acuerdo, una noticia, la propia opinión y hasta un robo se transmuta en más papel.

De todos ellos, el más valioso es aquel donde se plasman pensamientos, reflexiones y todo lo que la imaginación nos permita representar a través de uno o múltiples símbolos. El papel alberga una dualidad, es mensajero y mensaje; tomando miles de formas, es el medio y el material para el arte.

En estos días, en una época digital, parece que aún somos hombres de papel.

Papel eres y en papel te convertirás

martes, 21 de octubre de 2008

..::Papel Picado::..


Ya viene El Día de Muertos.

Nunca había pensado en alguien a quien pudiera dejar una ofrenda hasta este año. No había muertos en mi familia; quizá mi tío Manuel o algún tío abuelo del que supe al menos el nombre; también mi tía Esperanza y mi tío Amado, su consagrado esposo.

Sí, este año es distinto.

La Primavera de Marzo se ha llevado a mi abuelita; después la nostalgia y el Verano del mes de Junio se llevaron a mi abuelito.

Aún hay lágrimas, a veces me esfuerzo por recordar y entre esos recuerdos me veo corriendo apresurado hacia el jardín para recibir a mi abuelo ¿Tan pequeño era yo? Me pregunto, para que él pudiera cargarme a su edad. También trato de recordar lo que sentía, para salir tan apresurado a recibirlo.

Es curioso, la niñez no es el único momento en que faltan palabras y sobran emociones.

A mi abuela la recuerdo jugando 'Béisbol' conmigo en el mismo jardín. Ella me lanzaba la pelota y yo trataba de pegarle con el bate; cuando por fin lo había logrado la pelota golpeó en su pecho. Yo me asusté tanto, pero ella me sonrió y después de eso, no logro recordar nada.

Mi memoria está hecha de trozos dispersos, de más imágenes que sonidos.

Recuerdo poco la presencia de El Día de Muertos en mi infancia. Mi escuela era religiosa, sin embargo, eso no era un problema para colocar cada año una ofrenda. Las madres eran quienes lo hacían y a nosotros sólo nos pedían el material. La verdad es que yo nunca había participado en una ofrenda.

Aún así, entre tantas imágenes de mi vieja escuela, no recuerdo ninguna.

Hace más de un par de años ayudé a mi exnovia a poner la suya, ella quería hacerla pensando en su abuelo. Fuímos al mercado a comprar flores, papel picado y algunas calaveras. Esa fue mi primera ofrenda en todos los sentidos. No sólo participé en su elaboración sino que ayudé a comprar las cosas y había por fin en mí un significado al hacerlo.

Así, la imagen de la muerte cobró al fin más de un significado el mismo día.

Viene El Día de Muertos.

Nunca había pensado en las cosas que podría poner en una ofrenda. Mis recuerdos no me alcanzan para saber qué les gustaba comer a mi abuelo y a mi abuela. En vez de eso vienen otros recuerdos, en los que veo a mi abuelito sentado en la sala hablándome del caldo de zopilote; a mi abuelita llegando del mercado con una pesada bolsa apoyada del brazo; recuerdo como una fortuna los cinco pesos que me daban ellos para una limonada; los recuerdo llorando a cada uno por razones que no recuerdo.

Ahora cierro los ojos para verlos.

Allí están ellos dos siempre, dándome una bendición antes de salir de casa; los ojos verdes y la infaltable gorra del señor Alfonso; el cabello blanco y la sonrisa de Doña Josefina. No hay recuerdos de ellos mientras estuvieron enfermos, siempre tuve miedo de verlos así. Escapé hasta el último momento y es algo de lo que ahora me arrepiento mucho. Había tan pocos recuerdos y las últimas palabras que cada uno me dijo fueron justo estas: Que Dios te acompañe y te bendiga siempre en todo lo que hagas.

Sí, ya viene El Día de Muertos y sólo se me ocurre una cosa para poner sobre la mesa.

Ellos siempre me contaron de su vida y yo nunca les dije nada de la mía. Es posible que ya no tenga mucho caso, pero ese día haré una carta para ambos en la que les hable de lo poco que sé de mí y de lo tonto que fuí. A mi abuelita le diré que aún no encuentro a la mujer buena que me dijo que buscara :) y que jamás voy a encontrar un arroz con leche como el que ella preparaba; a mi abuelito, le pediré que me disculpe por no haber hecho ese libro sobre relatos sobrenaturales, pero que hay algo igual de grande que haré un día en su nombre y memoria :)

Escribo esto para no olvidarlo, aquí, en mis memorias de papel.