jueves, 24 de enero de 2008

Palabras para el viento...


Como es difícil describir sentimientos, nos excusamos diciendo que no tenemos suficientes palabras para poder explicarlos. Hoy me siento muy triste, es una tristeza profunda que no me deja ánimo para hacer otra cosa. Por la mañana pensé que estaba cansado y que esa era la razón para no querer levantarme. Sin embargo no era así, cada vez que abría los ojos para mirar el techo sentía un vacío en el estómago; una especie de “ouch” visceral que revuelve las entrañas y recorre todo el cuerpo con unos espasmos que, según recuerdo, sólo me habían sucedido cuando combinaba la niñez con una fiebre de cuarenta.

No quería moverme, quería quedarme dormido y olvidar todo lo que me preocupaba. Giraba de un lado para otro con la esperanza de que al abrir los ojos me encontrara con tu espalda. Esa espalda caprichosa con la que ya me había acostumbrado a charlar por la noche cuando no lograba conciliar el sueño. Pero lo único que podía ver era la horrible pared amarilla con la que comparto mi cama. La noche tampoco había sido muy grata, me la pasé tratando de hacerme consciente de las nuevas circunstancias. Llorar ayudaba un poco a cansarme, a olvidar que tenía el estómago vacío y la cabeza llena. Por momentos creía que me había vuelto loco, estaba llorando sí, pero también me reía.

Estaba asustado, no quería creer que había hecho lo mejor. Luchaba conmigo mismo queriendo convencerme de dos cosas distintas. Me asustaba el hecho de no haber visto muchas cosas que alguien me había hecho sin otra intención que la de lastimarme. Cosas que mi mente interpretó de una forma totalmente contraria. Yo no acostumbro pensar con malicia y mucho menos esperar ofensas de la gente en quien confío. Tampoco intento justificar cada acción de las personas, por el contrario, intento comprender lo que les llevó a actuar de ese modo. Siempre queriendo ponerme en el lugar de los otros. De pronto te despiertas y te das cuenta de que alguien a tu lado te dice que todo lo que has estado haciendo, lo has hecho endemoniadamente mal.

Quise lanzar un par de golpes a esa maldita pared y lo hice, pero mis manos comenzaron a temblar más. A mí no me resulta la violencia, a decir verdad me estaba estresando tanto que tuve ganas de vomitar. ¿No sólo estaba triste sino molesto?, ¿molesto de qué? Después de todo había intentado todo para demostrarle a una sola persona dos palabras, palabras que no significan nada sin acciones. Resultaba extraño, no podía entenderla y ella tampoco me comprendía a mí. Quizá el sentido común nos hubiera hecho coincidir al menos en una cosa. Tal vez éramos tan parecidos en el fondo que terminaba provocando el mismo efecto.

Contaba los buenos momentos en mi cabeza mientras el cielo comenzaba a clarear. De repente algo me cegaba impidiéndome recordar nada. Como si no existieran los días sin dormir, las noches de trabajo y preocupación, el –quizá- pequeño interés de cada día antes de ir a verle...

De repente despierto y me doy cuenta que las sospechas que tuve hace meses eran ciertas. Me despierto sin poder estar en el lugar al que pertenezco. Que ya sólo me resta vagar por el resto de mi vida hasta que me convenza de estar haciendo lo correcto. De que me digan que ya encontraré a alguien más –que no quiero a alguien más-.

Estas letras comenzaron aquí, abandonado de mí mismo sobre una cama, sin poder conciliar el sueño ni una vida. Sin querer levantarme y sabiendo que algún día lo tendré que hacer.

Para encontrarme con que ya tomé una decisión.

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